Consignas y etiquetas

Septiembre

- 1. Repetición palabra: ejercicios
- 8. Titulares: titulares
- 15. Fotografías: fotografias
- 22. Hay un monstruo debajo de la cama: monstruo
- 29. Relato en segunda persona asociada a una foto personal: segundapersona

Octubre

- 6. La primera vez de algo: primeravez
- 13. Su perversión favorita: perversión
- 20. Familiar peculiar, misterioso o que produzca vergüenza ajena: familiares


_____________________________________________________________________

En esta entrada se actualizarán las consignas semanales con sus respectivas etiquetas. Anímense a publicar sus geniales textos para el disfrute del resto de sus compañeros.

Idas y venidas

Ya se vislumbraba la costa desde la cubierta del barco. Soplaba un fuerte viento que me obligababa a sujetarme intermitentemente a la barandilla para no salir despedida. Aunque el azote del viento era preferible al acoso constante del servicio de Buquebus, con sus tres tipos de Sandwich, de distintos niveles de altura, pero el mismo nivel de insipidez. Tenía un sentimiento contradictorio hacia los tipos de camisa verde y bandeja en mano, casi siento odio la cuarta vez que se me acercó uno de ellos ofreciéndome el menú especial “Río salvaje”, pero no podía dejar de sentir compasión por todos los menús que aquellos mismos tipos habrían tenido que comer día tras día sobre el río de la Plata. Como no pude aguantar más aquella
confusión mental, ni el olor a atún rancio, subí a la cubierta del buque, en busca de tranquilidad y, quizás, algo de nicotina.

Al poco rato de estar bailando al ritmo del oleaje, un señor de unos cincuenta años apareció en la cubierta. Sacó una petaca del bolsillo de su chaqueta y bebió un par de tragos. Por lo visto el viejo no salía a tomar el aire precisamente. Solucionado su problema de deshidratación, miró hacía mí y empezó a caminar. Mierda. Ya conocía esa mirada de loco con ganas de hablar y tocar los cojones al prójimo un rato. Últimamente se me acercaban muchos personajes de esta índole. En el último mes había conocido al asesino múltiple del bar, a una periodista a la que un “amigo” le había “regalado” unas sesiones en un psiquiátrico, y a un joven que decía ser el elegido en un taller de escritura.

– ¡Hola hija!- me grita emocionado el hombre, casi ya a mi vera. Joder. Esta si que no me la esperaba. La historia prometía.
– ¡Hola papá!- respondí- Cuanto tiempo sin verte. ¿No tendrás por ahí un cigarrito?- Si algo había aprendido de mis anteriores experiencias es que la indiferencia no disuade a los locos.
– Toma hija- dijo alcanzándome un paquete de Lucky Strike.
– ¿Qué haces por acá?
– Me salió un curro en las playas de Uruguay.
– ¿Y eso? ¿A qué te dedicas ahora?- pregunté fingiendo interés.
– Soy jardinero.
– ¿Jardinero? ¿En la casa de algún turista?
– No, en la playa. El agua salada no va bien a las plantas. Alguien tiene que regar la arena.
– Es cierto. Parece un desierto.
– Sí hija, sí. Eso intento cambiar.
– Te irá bien padre. Me invitas a otro cigarro?.
– No me gusta que fumes tanto. Ya lo sabes - Vuelve a alargar el brazo. Ignoré los consejos de papá, otra vez, y me encendí el cigarrillo. Esta vez él hizo lo mismo.

Y ahí estábamos, dos locos fumando, en silencio, en la cubierta del buquebus cuando se abrió de nuevo la escotilla del buque. Asomó un joven con camisa verde. Caminó directo hacia nosotros. Este no tenía mirada de loco. Seguramente venía a invitarnos a volver al camarote antes de que el buque arribara al puerto.

– No pueden estar aquí arriba. He de pedirles que bajen con los demás pasajeros.
– Está bien- acepté.
– Yo de aquí no me voy. -balbuceó el viejo- Quién te crees que eres para interrumpirnos?
– Han de volver a sus asientos.
– Yo me quedo aquí con mi hija!

El viejo se volvió hacia mí y se abalanzó abrazándome en un intento de usarme como barricada. Ante tal inesperado giro no pude más que intentar desprenderme de mi nuevo padre y su olor a sandwich de buquebus. Forcejeamos unos segundos, hasta que pude soltarme. El impulso me hizo caer sobre el joven camarero. Un nuevo revoloteo del viento me hizo recular y caí en el suelo de la cubierta. También el joven perdió el equilibrio, resbalando contra la barandilla. Su espalda se dobló sobre el metal. Y rápidamente sus piernas y pies se perdieron detrás de la ineficiente barrera de seguridad.
Papá y yo nos miramos. Sin decir nada más bajamos a nuestros asientos. Volvió a pasar una bandeja llena de sandwiches. Esta vez solo sentí compasión

La búsqueda del tesoro

La había guardado hacía diez minutos y ya no recordaba dónde. Hace años que era así. Alex nunca tenía demasiadas cosas, pues sabía que acabaría por perderlas. Tampoco tenía dinero para comprar demasiadas cosas. Pero su cajita de madera no era algo que pudiera perder. Alex se fijó en el punto rojo marcado sobre el póster que colgaba de la pared de su habitación. El póster de papel de embalaje marrón había funcionado de ladrillo desde hacía tiempo tapando un gran boquete que daba al almacén del restaurante chino de al lado. El póster le había brindado un poco de intimidad a Alex y ahora también le servía de mapa del tesoro. Sobre el papel marrón Alex había dibujado un plano de su apartamento y señalado con puntos de distintos colores los lugares donde guardar sus objetos personales a fin de evitar su extravío. La mancha amarilla que coloreaba el rectángulo de la cocina insultaba a Alex cada vez que miraba el mapa. Hasta él podía asociar comida y nevera sin la ayuda de ningún estúpido sistema pictográfico. El punteado verde sobre el armario y el tendedero del balcón le era útil cuando sus calzoncillos quedaban rezagados debajo del sofá en un acto de pasión y desconsideración perpetrado por sendos desconocidos un viernes cualquiera. Los apuntes y libros de la facultad de química eran azules, pero hacía meses que Alex no buscaba nada azul. Y el punto rojo. El punto rojo descansaba sobre la mesita de noche de la habitación de Alex. Cada mañana Alex miraba el punto rojo y corría desesperado a abrir el cajón de su mesita. Hacía lo mismo poco antes de almorzar y poco después. Algunos días a la tarde. Y sobre todo por las noches. Cada noche acudía a su cajón dos o tres veces al ritmo de la música oriental que hacía aún más ordinarias las cenas tras el falso ladrillo de papel. Su cajita de madera era el punto rojo, y ahora no estaba en la mesita. ¿Por qué demonios no la había guardado ahí? ¿Para que mierdas había desperdiciado su tiempo dibujando puntitos de colores? Maldito imbécil. No le quedaba otra que buscar.

Con no poco esfuerzo, Alex se levantó de la cama y caminó hacia el armario. Sumergió su mano entre el montón de ropa desordenado que yacía sobre la única tabla de un placard sin puertas. Removió las prendas impetuosamente confiado en palpar la textura de la madera entre las telas de algodón. No tuvo éxito. Una camiseta de Bart quedó tirada en el suelo de la pieza. El hermano mayor de los Simpson miraba fijamente a las dilatadas pupilas de Alex.
- Multiplícate por cero- operó Bart.
- ¿Dónde está mi caja? Crío de mierda- le reclamó Alex.
- ¡Yo no fui!
- Dame la puta caja - gritó Alex sosteniendo la cara de Bart entre sus dos puños cerrados.
- ¡Besa mi trasero amarillo!- Alex estiraba la camiseta enfurecido mientras Bart repetía sus carismáticas frases.
- Sin tele y sin cerveza, Homer pierde la cabeza- le recordó Bart justo antes de convertirse en dos futuros trapos de cocina.

Aún quedaba birra fría en la nevera. Casi siempre había alguna birra fría en la nevera. Casi siempre era lo único que había. Le vendría bien un trago después de tal acalorado altercado. Alex se tomó la primera lata de cerveza por el largo pasillo hasta la salita y se tumbó en el sofá antes de abrir la segunda. A través de la única ventana del departamento se veía un mosaico de nubes sobre fondo celeste. Es increíble como bailan
las nubes. Esponjosas figuras emergían tras la celosía cuadriculada. Un gato y un coche convergieron en una silueta difusa que se alargaba. Y se formó una caja sobre el cielo. ¡Hostia, necesito mi cajita!- recordó Alex. Caminó apresurado hacia la habitación. Caja de madera. Punto rojo. Mesita de noche. Abrió el primer cajón del velador. Ahí no estaba. ¿Por qué no estaba ahí su cajita? ¿Dónde coño la había puesto? Con sus temblorosas manos encendió un cigarrillo que encontró oculto en el fondo del cajón. Mucho mejor- se dijo Alex.
-¡Mucho mejor!- gritó Alex.

Un retortijón en la tripa interrumpió su estado zen. Otro. ¡Alex se ha hecho caca! ¡Alex se ha hecho caca! El eco de las burlas de su hermano mayor llegaba quince años después de aquel fatídico campamento. Los dedos acusatorios le seguían mientras trotaba entre las carpas en busca de alguna hoja con la que limpiarse el culo. Esta vez logró sentarse a tiempo en la taza del váter. Se aferró al rollo de papel higiénico y a la suavidad de la doble capa. El esfínter se abrió en el acto dejando pasar un caudaloso torrente de líquido marrón. Tuvo que hacer un poderoso esfuerzo abdominal para liberarse de toda esa mierda putrefacta que acabó goteando sobre el agua estancada del retrete. ¡ploc! ¡ploc! El fluido escatológico retumbaba al unísono del grifo del lavabo. ¡ploc! ¡ploc! Alex veía como caía la molécula angular representada en sus libros de texto hacia la cañería. Dos átomos de hidrógeno. Uno de oxígeno. Dos esferas blancas. Una roja. Muchas moléculas de agua. Muchos puntitos rojos nadando por el lavamanos hasta perderse por las tuberías. Alex se asomó embobado a la rejilla del suelo que cubría el desagüe del baño para seguir el recorrido de los círculos color escarlata ¿Dónde irán a parar? El punto rojo que tanto ansiaba debía estar en el mismo lugar. Retiró la rejilla y metió el brazo hasta el codo. Una masa de pelos, colillas y papeles atrapó la mano de Alex dentro del hediondo agujero. El pelo empezó a crecer, subiendo hacia la superficie, hasta envolver el brazo de Alex. Y crecía. Hacía su torso. Hacía su cuello. Lazos de queratina asfixiantes. Con la mano libre, Alex intentó desprenderse de la enredadera. Torpemente consiguió quebrar las hebras castañas. El pelo seguía creciendo mientras Alex gateaba asustado hacía su habitación. El pelo le perseguía. Y su ansiedad aumentaba. El corazón le golpeaba fuertemente el pecho. Cerró la puerta de su cuarto con una patada desde el suelo, dejando atrás la diabólica cabellera. En un último arresto buscó resguardo debajo de la cama. Estiró los brazos desfallecido. Abrazando el suelo. Su dedo índice notó la dureza de un objeto conocido. La madera de roble acarició su mano. Al fin la encontró.

Entrada de ejemplo

(Hola, hola, probando, probando, un, dos, tresssss, tressss.)
Buenas chicos, ya pueden ir subiendo sus cositas, desde
 blogger.com -> el lapicito en naranja a la derecha del título del blog en su escritorio de blogger.
Al escribir una entrada, hagan lo que quieran, pero sugiero que en 'etiquetas' pongan la consigna del ejercicio. Luego, ya en la página del blog, van a ver que hay un botón en el menú superior que dice 'categorías'. Si posan su mouse sobre ese botón, verán que este se despliega y muestra los nombres de cada consigna. Lo configuré para que al hacerles click muestre por ej todas las entradas que contengan la etiqueta 'monstruo'. Como eso lo configuré por html, les sugiero que nos pongamos de acuerdo en un nombre para cada etiqueta, así todas las entradas están bajo los mismos nombres. Eso va a hacer que funcione el menú. Como las puse yo están asi: ejercicios, monstruo, titulares, primeravez, perversion, segundapersona (quizás me olvidé de alguna.), personales (este para los textos que hagamos fuera del taller y queramos compartir). Al lado de categorías hay un botón que dice 'textos de otros', creo que es autoexplicativo, es para compartir otros textos que nos gusten aunque no sean nuestros, la etiqueta que usa es 'textosdeotros'.
Sobre el menú de la izquierda, no sé para que lo podemos usar realmente. Quizás para filtrar los textos según quién lo escribió, o para que lleve a la página de personal de alguien si tienen, etc.
Besotes,
Bian